Conocer Europa era algo que tenía pendiente. No solo por la aventura, también por la familia. Para los que no saben, tengo dos abuelos que son españoles, por ende tengo muchos familiares por esos lados, nativos o no nativos pero instalados por allá. En fin, un acto de impulso me llevó a comprar un pasaje a Barcelona, para ir a pasar las fiestas. Mi compañera de aventuras se sumó, y también se sumó Magui, otra amiga que hace un año estaba viviendo en Alemania.

Las horas de vuelo me las dormí completas. Lucre no podía creer lo cómoda que estaba en un espacio tan incomodo como el de un avión. Llegamos de madrugada a nuestro primer destino, y ahí estaba, Magui, con lágrimas y mucha emoción esperando ese abrazo. El camino del colectivo que nos llevó a Universitat lo usamos para ponernos al día. Llegamos al airbnb, dejamos nuestros bolsos, y empezamos a caminar.

Magui tenía una guía turística y un montón de lugares marcados en el mapa. Nosotras también. Nos dividimos los días según zonas, pero con la libertad de permitirnos perder entre calles, bosques, tiendas, lugares.

Los días avanzaron entre desayunos ricos, paseos, almuerzos, helados, churros y fotos. Estar en Barcelona y respirar su aire me hizo sentir como en casa. Pero no como en mi casa actual o como en Bariloche, me recordó mucho la sensación que tengo cada vez que mis pies tocan Uruguay.

Si bien no siembre entendía el lenguaje, ya que en Barcelona muchos hablan Catalán, había un noseque que me decía Pauli, algún día me tenés que dar una oportunidad. Me prometí volver, pero volver para crecer. Volver para establecerme. Volver para vivir.

Creo que todos los lugares que visitamos, que fueron la gran mayoría que mencionan los blogs, me encantaron. Pero mas me gustaron esas tardes en las que no teníamos planes y simplemente caminábamos. Siempre terminamos en algún punto panorámico escondido, en una playa, o en un rincón de la rambla (la rambla de verdad, no la calle) privilegiado.

Barcelona se ganó mi corazón, y lo compartí con dos personas hermosas.