La ciudad gris, llena de historia, emociones, diversidad y libertades. Llegué a Berlin con mucho miedo, miedo a lo desconocido. Nos subimos al tranvía cuando ya era de noche, con las valijas y las caras de cansadas. Todo estaba intervenido con arte, hasta las personas. Al lado de una persona con traje había una persona que contagiaba originalidad. Peinados, colores de pelos, tatuajes, facciones, todo solo en un vagón.

Llegamos a el airbnb, un piso lleno de habitaciones con distintos estudiantes de otros países. Casi ni interactuamos, no estaban en casa. Y a decir verdad, nosotras tampoco.

El frío que sentí en Berlin fue horrible. Por momento deseaba volver a la cama. Me ponía capas y capas de ropa y nada. Visitamos de todo. Hicimos muchos tours gratuitos para empaparnos de historia. Cosas que nunca había escuchado, nunca había visto. Casi no tengo fotos de esta ciudad porque realmente me dediqué a aprender y canalizar la información que estaba recibiendo.

Mi abuelo, de niño se escapó de la segunda guerra mundial. Si, era alemán y judío. Conocía su versión de las cosas, pero nunca en mi imaginación los escenarios eran tan crueles. Realmente escuchar al guía me ponía la piel de gallina. Como también viendo a la gente sacarse selfies en lugares así.

En Berlin me cuestione el límite de un recuerdo, ¿hasta qué punto es sano retratar cosas? ¿por qué la gente se saca una selfie sonriendo con un fondo lleno de cadáveres?

En Alemania sentí muchas cosas. Muchas cosas que nunca antes había sentido. Tenía ganas de llorar, pero no sólo de triste, también de emoción, porque ver el cambio y en lo que se convirtió esta ciudad, me dio esperanzas.